Bolivia – Un mundo de contrastes
[Viajes]
Si pienso (de hecho lo hago): «soy tonta», esto puede tener múltiples significados. Por ejemplo:
¨ No entiendo algo sencillo.¨ He caído en una broma. ¨ Soy demasiado confiada. ¨ Pongo demasiados reparos. ¨ Hablo demasiado.
¨ He caído en una broma.
¨ Soy demasiado confiada.
¨ Pongo demasiados reparos.
¨ Hablo demasiado.
¨ Me he callado cuando no debí hacerlo.
¨ Tengo muchas expectativas.
¨ No me dejo ilusionar.
¨ ….
Los viajes del último verano me han dejado imágenes en la retina, emociones en el corazón y, sobre todo, pensamientos en la cabeza. No recuerdo haber tenido nunca tan fuerte sensación de estar atiborrada de pensamientos. No es sólo que yo haya reflexionado, me llegaban pensamientos aun sin significado preciso. No sé cómo interfieren en este relato, Quizás lo descubra mientras voy escribiendo.
Bolivia es el país que más me ha conquistado y el que en más ocasiones he visitado. No sé si vuelvo porque me atrae o me atrae porque lo voy conociendo. Lo primero que de Bolivia viene a la mente son los «contrastes». Altiplano y selva tropical, aridez y fertilidad, montañas y planicies, sequía y ríos amazónicos, grandes ciudades y chiquitos poblados, collas y cambas, … Es impresionante pasar de 4500 metros de altitud a 1500 metros en 80 kilómetros de una carretera un poco aterradora (viaje del Alto de la Paz a Coroico). Nada tiene que ver el paisaje rodeado de montañas nevadas, las cuestas y el colorido quechua y aymara de la Paz con Santa Cruz en plena selva, sus gentes ambiente y costumbres. No se pueden comparar Potosí y Trinidad, Sucre y Cochabamba o Concepción y Copacabana. Los paisajes son diferentes, entre sí y con todo lo conocido. Nada hay igual al lago Titicaca, al salar de Uyuni, a la ciudad de Potosí, a los Yungas o a la Chiquitanía. Es un país riquísimo en bienes naturales: gas, petroleo, litio, estaño, … y de los más pobres de latinoamérica. Tiene grandeza y misterio por doquier, pero hay que descubrirlos. Al igual que sus gentes, el paisaje medioesconde sus bellezas. La situación política no es sencilla de entender, sólo hay una cosa clara: no son precisamente los políticos los que trabajan por el bienestar del pueblo. Es totalmente comprensible el cansancio, el desespero y la lucha primaria y poco efectiva de las gentes pobres y necesitadas, que son muchas, sobre todo en el altiplano.
Siempre que he viajado a Bolivia, directa o indirectamente, he ido a visitar a Toni, a su familia y amigos. Nunca he sido en Bolivia una simple turista, eso enriquece mucho el conocimiento, te abre puertas y convierte la visita en una estancia (aunque sea corta). He participado en celebraciones: bautizos, bodas, funerales con misa del noveno día, … He estado en «alacitas» comprando sueños en cerámica, madera, papel o plástico; he vivido el desfile y las danzas de las fiestas patrias; he comprado ingredientes para la ch’alla (ofrenda a la tierra, Pachamama, que se realiza quemando preparados especiales), he paseado entre fetos de llamas y sustancias para sortilegios de toda clase. Uno sólo sabe, como Sócrates, que no sabe nada. No conoces lo que esconden los ojos negros, profundos y misteriosos de los quechuas y aymaras, no sabes qué significan sus síes (nunca dan noes claros), no entiendes cómo pasan horas los niños casi sin moverse de los aguayos o las polleras de sus madres. Los andares y ropajes andinos te recuerdan los guerreros y las piedras de Machu Pichu o Tiwanaku, revelan fortaleza, constancia y el hecho de andar (de viajar en general) más que el de ir a alguna parte. Hay mucha vida, mucha historia, mucha tradición y un pensamiento que sigue otra lógica (quizás más polivalente, tal vez más vital, más de existencia que de esencia).
Este último verano, un destino especial: Rurrenabaque y el parque natural Madidi. La suerte que me acompaña en muchos de mis viajes hizo que reencontrara a Mercedes (no nos veíamos desde hace 17 años) y amigos que no merezco me regalaron la posibilidad de disfrutar de este excelente paseo. El vuelo, en pequeña avioneta, desde El Alto de La Paz hasta Rurrenabaque, pueblo situado en el departamento del Beni, a la orilla del río Beni, frente a San BuenaVentura (perteneciente al distrito de La Paz), donde terminan los Andes mezclándose con la selva tropical, es precioso. Pasas por entre las montañas que rodean La Paz, casi rozando los montes, por encima de las nubes, para ir descendiendo hasta 100 metros sobre el nivel del mar y aterrizar en una pista de tierra y hierba. Tuvimos suerte con el tiempo y disfrutamos de magníficas vistas. Más que avión parecía una camioneta, íbamos detrás de los pilotos contemplando todos los paneles de altitud, temperatura, velocidad, … No daba miedo, aunque la pista de aterrizaje imponía un poco, sobre todo si te la imaginabas en época de lluvias.
Desde allí nos fuimos a un precioso hotel, el «Jatauba», en la otra orilla del río Beni, al que forzosamente había que acceder en barca. Está incrustado en un barranco, sobre un regacho de aguas que forma dos cascadas, con sus respectivas piscinas naturales, en el propio recinto del hotel. Al llegar a la pequeña playa fluvial, te esperan para subir las maletas por una larga escalera de madera; cruzas por la primera piscina y accedes al comedor, recepción, mirador, …
Disfrutando del buen clima, de la preciosa vista y la calma del lugar degustamos un buen vino mientras el dueño del hotel nos explicaba el funcionamiento de todo, cómo eran los alrededores y qué paseos nos recomendaba. Las habitaciones eran casitas a los lados del río, bonitas, coquetas y bastante cómodas. Después de la ducha reglamentaria, la inspección ocular del recinto y la excelente comida acompañada del trato no menos excelente de todos los trabajadores (no había muchos clientes en el hotel en esos días, parecía que todo el mundo estaba sólo a nuestra disposición); nos dispusimos para el paseo «largo» por la selva. Con pantalones largos, zapatos cómodos y «palo de montañero» (había varios para escoger el adecuado a la estatura) iniciamos uno de los más bonitos paseos que recuerdo. La selva tropical es siempre impresionante, son tan altos y abigarrados los árboles que, por el suelo, parece a mediodía la hora del crepúsculo. La luz llega un poco difuminada y todo es verde y marrón. Parece que los árboles tienen prisa por crecer y se despreocupan de afianzarse, las raíces son semiexteriores y todo es fértil en grado superlativo. Los ríos y regachos cambian frecuentemente de curso, la fuerza del agua es impresionante y apresarla tarea muy difícil. Estaban reforzando una presa artificial con sacos llenos de tierra, pero primero tenían que extraer, a mano, la tierra arrastrada en las anteriores lluvias.
Cada especie vegetal tiene sus propiedades y características propias y también muchas leyendas asociadas. Además de propiedades medicinales indiscutibles (muchos medicamentos se basan en extractos vegetales), hay un mundo enorme de creencias, tradiciones, mitos y leyendas. Según el guía, allí teníamos curación para heridas, picaduras, limpiar el hígado y el páncreas, dolores menstruales, retención de orina y otros males renales, infecciones, hemorragias, … cualquier enfermedad imaginable. Así como productos de estética. Siempre me ha gustado andar, y más si es entre árboles y montañas. Pese a las múltiples cuestas que subir y bajar (muy distinto a otros lugares de selva amazónica, como Iquitos, Manu o Tambopata), la suave temperatura y la belleza que los ojos percibían y los oídos escuchaban, el cansancio no llegaba. Tras cuatro horas y media de paseo, añadidos al viaje y a la noche sin dormir, seguíamos con ganas de hablar (en mí eso no es nada raro) y como en una especie de ensoñación. Todo te relajaba, no es que olvidases problemas y preocupaciones, estaban ahí, pero tan lejos de ser lo primero en la conciencia que parecía que se estaban evaporando. La noche, muy oscura y llena de extraños a la vez que habituales sonidos, nos devolvió al nuevo día con ganas de vivirlo.
En el trópico es más fácil madrugar, incluso para mí; el día está tan temprano activo que cuando despiertas no tienes la sensación tan frecuente aquí, sobre todo en invierno, de que están las calles sin poner. Allí abres los ojos a la luz, si no fuera por el reloj, creerías estar cerca de mediodía. Tras el desayuno nos esperaban en una barca dos “yacubás”, una de las tribus de esa zona que han quedado dentro del parque y viven ejerciendo de guías y cuidándolo, para llevarnos al parque natural Madidi. Es precioso el paseo en barca subiendo por el río Tuichi, con sólo agua, cielo y selva a tu alrededor (este río fue escenario de las duras aventuras de un joven israelí, que vivió dos años allí perdido, plasmadas en un libro, no traducido al castellano, que invita a muchos a vivir aventuras en esa zona casi virgen e ignorada del planeta). Todo es silencio humano y sonido de la naturaleza a la vez, sensación de paz y calma entremezclada con la certeza del riesgo (de vez en cuando achicaban agua en la barca) y el aislamiento (ni siquiera funcionaban los móviles en muchos trayectos). No teníamos miedo, y no era porque fuéramos temerarios, la hermosura de todo, la actitud tan amable de los dos chicos que llevaban la barca, la aparente calma del río y hasta la comida y bebida que en una pequeña nevera trasportábamos, nos daban seguridad. El tiempo trascurría más lento, se detenía también a contemplar la hermosura del entorno.
Descendimos de la barca para un paseo por la selva y un encuentro con sus habitantes. Muchas veces, cuando accedes a un poblado, da igual en qué parte del mundo, parece que accedes a un escenario que representa lo que alguna vez fue la vida allí, no es así en el Madidi, allí no representan, viven. No sé cuán grande es la afluencia de turistas, nosotros no nos encontramos con nadie, algo habrá cambiado su vida desde que visitantes accedemos al parque, pero ellos lo único que hacen es vivir como mejor pueden; no se exhiben, más bien se ocultan y no se prodigan con los turistas, ni en un lenguaje que ignoran ni en clase alguna de comercio (nada tienen para vender y nada quieren comprar). Tras otro no muy largo trayecto por el río, fuimos a comer a la casa de los “barqueros”, que habían preparado una especie de tienda dormitorio, era una casa tipo porche, de madera, con techo de paja y llena de camas consistentes en tablas de madera (de unos 80 por 1,70) a unos 50 centímetros del suelo. Me sorprendió mucho la calidez de los yacubás en las relaciones, pocas veces he visto a una madre ya mayor acariciar así a sus hijos adultos, ni portarse tan cariñosamente con su marido. Nos sirvieron la comida una de las hermanas y una cuñada de nuestros guías mientras la madre y el padre nos daban un poco de conversación expresando su acogida. Tenían una caseta a medias entre retrete y letrina y un cubo de agua para echarla al excusado y para lavarte las manos; aunque me gusta la naturaleza en su estado puro, reconozco que unos buenos baños me la hacen parecer más agradable. Están empezando a ir viajeros que quieren compartir por un tiempo la vida con ellos y éstos consideran muy beneficioso un turismo controlable que les ayude a vivir sin trastornar demasiado, ojalá lo consigan. Seguimos ruta llevándonos a los dos ancianos un breve trecho, ambos besaron a sus hijos antes de descender de la barca y decían adiós desde la orilla con una sonrisa serena y algo melancólica, no sé dónde iban, deduje que vivían por allí y que se trasladaban con frecuencia a la casa de los hijos.
Descendimos de nuevo de la barca para recorrer unos 800 metros de selva antes de ver unas cuantas docenas de loros de colores variopintos encaramados en las copas de los árboles. Nos quedamos con un solo guía que nos animó a subir una montaña de unos 200 metros de altitud que se alzaba vertical ante nuestros ojos. Yo, que en esto de subir nunca me echo atrás, asentí complacida. Mi asombro fue bastante grande cuando iniciamos la subida por una torrentera casi vertical en la que no había ni unas tristes ramas o hierbas con raíces para agarrarte a ellas, le eché arrestos al asunto y conseguí llegar arriba. El guía me decía en los momentos peores: ¡qué guapa eres subiendo!, pero sólo porque él sí era bueno, subiendo y como psicólogo. Tengo que confesar que una vez arriba me temblaban las piernas y sólo deseaba tumbarme en el suelo, con la frente, los ojos y nada más del cuerpo en el precipicio. Poco a poco se me fue pasando la impresión, a nuestros pies, a unos 100 metros, los loros, en parejas siempre, revoloteaban por encima de las copas de los árboles y entraban y salían de pequeñas grutas que no podíamos ver porque estaban debajo, pero en la vertical de lo que sería un acantilado si el mar estuviera abajo. El silencio, sólo roto por sonidos de las aves y el viento meciendo los árboles, la panorámica de aves, árboles y agua (también se veía el río) y la sensación de estar en la cima (pequeña sí, pero la única cima que allí había) proporcionaban placer y hacían olvidar todo, hasta que tenías que bajar.
Aunque no me lo formulé del todo, supuse que el descenso sería por otro lado, pero no, bajamos por la misma torrentera. Sabía que iba a ser difícil, pero aún fue más difícil de lo que imaginaba. Como no podía negarme a bajar (no estaba en Artazul bajando al nacedero de Arteta pudiendo llamar a los forales o al helicóptero a que me rescataran), sabía que el guía dominaba muy bien los pequeños desprendimientos que íbamos produciendo y parecía confiar en mis posibilidades, opté por mirar sólo mis pies y manos y la mano del guía de vez en cuando. En uno de los saltos, tras calcular que impulso debía darme, cerré los ojos para no ponerme nerviosa y caí muy bien, al final llegué abajo sin darme demasiada cuenta y en tiempo record. Volvió a decir que era muy guapa también bajando, supongo que para completar su obra buena de mejora de la autoestima del viajero. No estoy muy segura de si sabía mejor que yo mis posibilidades o bien era un temerario; en caso de apuro nadie nos podía ayudar, estábamos solos y no llevábamos nada, ni siquiera el móvil de Toni que se lo había quedado Mercedes.
He estado en bastantes parques naturales y cada uno tiene sus peculiaridades, del Madidi me quedo con esa hermandad de selva amazónica y cordillera andina, con el silencio y con los ríos suaves y un poco traicioneros. Todo es muy virgen, como siempre fue, nada ni nadie tiene prisa. Llega la noche, precedida de nubes de garzas volando casi sobre el agua hacia su árbol cama, y cruzas de nuevo el río hacia una conversación acompañada de cerveza en el tranquilo pueblo. Rurrenabaque está orientado al río y protegido por la montaña que inicia los Andes, es tan poca su contaminación lumínica que se ven las estrellas reflejadas en el agua. No sabes muy bien cómo calculan por dónde ir al hotel ni menos dónde apearte, pero deben tener un código secreto que les informa de la llegada, porque allí tienes siempre a alguien, con un farol o una tea, esperándote. Cuatro días dan para hacerte una buena idea del Madidi, pero podrías estar allí muchos días visitando siempre algo nuevo y podrías también estar un largo tiempo leyendo y descansando, pensando y escribiendo o dejando volar los días, como las garzas, hacia el árbol de los sueños y recuerdos.
De vez en cuando me imagino que, si fuese necesario, podría trasladarme a vivir a Bolivia y montar allí una agencia turística que informase y preparase interesantísimos viajes paran los hispanohablantes del mundo entero. Tengo ya hasta pequeñas introducciones a algunas de las rutas:
La Paz
Ciudad única en el mundo por su altura (3650 metros), su disposición como una gran olla. (en esto se parece al Cuzco) mirada desde el Alto (4200 metros), su paisaje en el que destaca el nevado Illimani (6500 metros) y el Huayna Potosí, sus hermosos restos coloniales, … y sobre todo sus gentes, su colorido y vida. Hay que perderse (andando despacito, comiendo poquito y durmiendo solito para superar el soroche) por sus callejuelas y mercados. Es una ciudad muy indígena, gentes quechuas y aymaras con sus típicos trajes y sombreros, con idioma, costumbres y cultura ancestrales a la vez que actuales. Muy recomendable un paseo por las tiendas de los brujos, lo que no encuentres allí, no existe.
En sus alrededores hay muchas cosas bellas, yo destacaría:
En el Valle de la Luna, la erosión ha jugado con las rocas creando un paisaje poco terrestre y lleno de misterio.
Tiahuanaco, el impresionante templo de la cultura preinca del mismo nombre, sus pirámides y monolitos, el templo del sol y las cabezas clavas.
Los Yungas, precipicios, ríos, cascadas, vegetación exuberante y un camino simplemente increíble. Si su corazón está sano, no se pierda el viaje desde la Paz a Coroico.
El lago Titicaca
El lago navegable más alto del mundo (3810 metros) y el más grande de sudamérica (8300 Km cuadrados), la cuna de la cultura inca, paisaje majestuoso e inabarcable. Hay que visitar las islas del Sol y de la Luna, pasear en las frágiles embarcaciones, que dirigidas por hombres de ojos profundos y misteriosa mirada, surcan las aguas frías y sosegadas con hierático gesto. Muy recomendable un paseo por Copacabana, en la iglesia de la Virgen Morena se observa mezcolanza de ritos católicos y tradiciones milenarias, muy interesante la bendición del anciano sacerdote a los coches engalanados y a sus dueños y familias endomingados y con “chicha” para verter a la pachamama, al carro y también bebérsela. El paseo al Calvario vuelve a mostrarnos el sincretismo de culturas, chamanes que queman incienso y otras hierbas, que gesticulan y mezclan ritos aymaras con oraciones a Jesús.
Sucre y Potosí
La “Ciudad blanca”, Sucre, es una de las más hermosas ciudades que conozco, su paisaje, sus monumentos coloniales, las iglesias, los museos, la historia revolucionaria, toda ella es preciosa. La casa de la libertad, que formaba parte de la casa de los jesuitas, es todo un símbolo, allí se firmó la independencia de Bolivia. La catedral, renacentista y de arte barroco mestizo, embellece la plaza ya de por sí espléndida; la iglesia de San Francisco con su campana de la libertad, la capilla de la Virgen de Guadalupe, el museo de Recoleta, … parece imposible juntar tantas cosas bonitas en un especio tan coqueto y pequeño. El castillo de la Glorieta, de indefinible estilo, te invita al paseo y disfrute. No cuesta imaginar a Bolívar sentado bajo el hermoso árbol donde según la tradición escribió cartas y sus principios revolucionarios.
Potosí despierta sentimientos encontrados. Aunque casi en desuso, todavía hemos oído la expresión: esto vale un Potosí. Me recuerda a Venecia en la mezcla entre esplendor y decadencia. Es una villa imperial rodeada de los cerros que la hicieron manantial de riqueza y conserva construcciones hermosísimas. A 4070 metros sobre el nivel del mar, la que fue casi capital del mundo, ahora no tiene ninguna opulencia, pero conserva su misterio, sus plazas, palacios, iglesias, el precioso museo en la casa de las carmelitas, … Hay que subir al “cerro rico”, aunque sólo sea para ver en qué se han convertido las minas casi abandonadas, los agujeros (de madriguera de conejo), por los que siguen entrando, con pico y pala, “collas” mascando coca para rasgar trocitos de estaño y plata. Nunca he sentido tan potentemente la fuerza del calor del sol, en la misma calle, entre la acera al sol y la de la sombra, hay unos 10 grados de diferencia de temperatura. Si tenéis la oportunidad de visitarla el día de la fiesta patria, el 6 de agosto, nunca olvidaréis sus desfiles y danzas.
Cochabamba
El valle de Cochabamba es en verdad un valle, pero tan inmenso que no puedes abarcarlo, subir al Cristo de la Concordia te da una vista magnífica de la ciudad más fértil y agradable para vivir de todo Bolivia. Está a 2600 metros de altitud y su clima es una eterna primavera. La plaza es una típica plaza colonial en el centro físico y vital. No se pueden perder el paseo por la Cancha, un mercado muy distinto de los zocos árabes, pero nada parecido a cuanto conocemos. Igual encuentras tomates y carne, que camas y muñecas; ropa interior y frigoríficos; polleras y vaqueros a la vez que armadillos y fetos de llama. Cualquier cosa que puedas necesitar (y muchas que jamás necesitarás) están allí a la venta, en puestos atendidos casi siempre por una cholita quechua, con niños, en su espalda o en el suelo, entretenidos en nada y a los que nunca oyes llorar. Si no eres muy aprensivo puedes comer allí mismo, las sopas son muy ricas y tienes zumos naturales deliciosos hechos ante tus ojos al momento. No se puede decir que sea una ciudad de contrastes, como México o Río de Janeiro, pero tiene auténticas mansiones y muchos hoteles de lujo que no envidian mucho al Palacio Portales, que fue casa del rey del estaño, Patiño, hasta más de la mitad del siglo veinte. Si tienes la oportunidad de visitarla el 15 de agosto, no dejes de acudir a Quillacollo, a la virgen de Urcupiña; la fiesta en honor de la virgen, los desfiles y danzas, el mercado de alacitas, … , no pueden describirse con palabras en las que no caben los colores, olores y sonidos.
En los alrededores también son muchos los encantos:
Incachaca, con sus ruinas incas, paisajes tropicales y ríos y cascadas.
El Chapare, magníficos bosques y ríos tropicales en la zona “cocalera”, donde perderse es atractivo y donde puedes degustar excelente pescado.
Inkallajta, con sus ruinas preincaicas y el paisaje un poco abrupto.
La Angostura, donde se disfruta del lago, la comida, la calma y el encanto de un remanso verde y húmedo.
Como no puedo eternizarme sólo voy a señalar que son imprescindibles:
Un viaje a la Chiquitanía, pasando por Santa Cruz. La zona, frontera con Paraguay, está llena de pequeñas iglesias de madera de la época de las misiones jesuíticas, en Concepción se conserva también el resto del complejo: casa, talleres, plaza, …
Un crucero por el Mamoré, llegando hasta Trinidad. Navegar entre delfines rosas de río, pescar pirañas, pasear a caballo a haciendas imposibles, observar boas, caimanes, capibaras, …, bañarte y recorrer kilómetros en el inmenso río, relajan, descansan y te hacen recobrar las fuerzas.
El salar de Uyuni, océano de sal de más de 10500 kilómetros cuadrados; sus lagunas (la Roja, la Verde), de colores distintos según los minerales; sus cambios de luz y temperatura, los pozos de aguas termales. Sorprendente paisaje que encierra riquezas enormes, como el 60% del litio del mundo.
Quedan muchos más lugares merecedores de visita, Oruro, Tarija, toda la zona de Pando, … Es un país que atrae, pero no sólo ni principalmente por sus recursos turísticos. Yo me quedo con sus gentes, con ese saber compaginar la conciencia de falta de futuro con el disfrute del presente. No es que tengan el sentido común de la gente de pueblo: “lo que no puede ser no puede ser, y además es imposible”, ni el discurso racional del instruido: “hay que tener ocupaciones, nunca preocupaciones”, tampoco visión ignaciana de la vida: “no pedir nada, no desear nada, no rehusar nada”. Tienen extraña capacidad para vivir un ahora sin antes ni después. Sé muy bien que nunca podré dejar de tener en mente el futuro, y mucho menos quitar el lastre del pasado, pero verlos vivir ayuda. En absoluto me gusta todo de su forma de ser, que tampoco es única como es obvio. Su misterio te desorienta, sus reacciones (“de minero” o de “patrón y siervo”) te dejan fuera de juego y te hacen dudar de si saldrán alguna vez de la pobreza. Me molesta también que en ocasiones algunas personas te miren como si fueras millonario, como si lo que tienes y eres sólo fuera consecuencia de dónde has nacido y como si tuvieras deuda personal con todos y cada uno de los desfavorecidos del planeta. Nunca regresas igual que has ido, cada vez agradeces más lo que has recibido y pones más empeño en llevar a la práctica lo aprendido, aunque los resultados suelen ser un poco decepcionantes.
No sé porqué, por todo y por nada, en Bolivia he ido sintetizado esta teoría. Podemos suponer que la vida es como un juego en el cada día te reparten cartas nuevas. Ninguna es buena ni mala, no sabes qué cartas tienen quienes juegan contigo ni siquiera cuál es el juego. Cuando te sientes dichoso por tener treintaiuna, resulta que en vez de al mus jugábamos al truco; sufres por tener cuatro ases a los seises y eres el amo jugando al pinchazo. Con las mismas cartas ganas y pierdes, a veces arriesgas y otras te plantas temeroso. En ocasiones juegas muy bien y en otras haces auténticos disparates. También juegas cuando no juegas, así que lo único importante es aprender a disfrutar jugando.
Maria J. Asiain
Dpto. de Matemática e Informática
Universidad Publica de Navarra (España)
E-mail: asiain@unavarra.es
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