Costa de Marfil – Vivir al momento


[Viajes]

 

He vivido  un mes en Costa de Marfil, en el África negra. Un tiempo demasiado breve para conocer siquiera una aldea, cuánto más un país tan grande, pero tiempo suficiente para acumular vivencias y experimentar emociones.

Al descender del avión en Abidjan me llegó una vaharada no del calor esperado, sino de color. El color, los colores, te entran no sólo por los ojos, por la piel entera y por todos los sentidos. Color verde de vegetación, rojo de tierra, azul de agua y cielo, mil colores de gentes vitales y movidas. ¡Qué bien sientan todos los colores a los negros, con que esbeltez se mueven, cómo sonríen!  La sensación acogedora y agradable se te mete dentro, no importa que el aeropuerto sea un caos completo y que no dejen entrar a nadie, que no viaje, ni a recibir ni a despedir (problemas políticos tras el golpe de estado, la reciente revuelta y las próximas elecciones). Llegaron las maletas, mezcladas todas, las de Zurich, Ginebra, Bélgica, Dakar, París, …, nos pasaron (colaron) la aduana esperando algún franco, ¡ya habíamos llegado!.

La ciudad es muy variada, puedes alojarte en el hotel Ivoire, pagando por una noche en habitación doble más de lo que la mayoría gana en un mes, sintiéndote en el paraíso mientras tomas un zumo escuchando a una buena orquesta que actúa en directo. Puedes recorrer barrios como el de Blokosse, pueblo de pescadores a la orilla de la laguna que parece estar a mil kilómetros. Y ni digamos Adjamé, tomar el autobús para ir a Man es toda una aventura que no hubiésemos podido realizar por nuestra cuenta. La ciudad es lo menos bello de todo el país, muy grande y muy sucia, basuras acumuladas hasta en los mejores barrios, como en la puerta del mercado en Cocody. Te impresiona la vista desde el santuario mariano: terraplenes llenos de desperdicios. Por todo zanjas abiertas por las que circulan los desagües. Las fotos muestran los rascacielos, parecen decir que Abidjan es una ciudad europea, pero todo es diferente.

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Hay tres zonas muy distintas en el territorio: al sur está la costa, lenguas estrechas de tierra entre el mar de inmenso oleaje y las lagunas de desembocaduras de los ríos: Cavalí, Sassandra, Bandamá y Comoe.  Hay lugares preciosos: Grand Bassam, Grand Lahou, Sassandra, San Pedro, no te cansas de mirar el mar y escuchar su ruido, puedes pasear en canoa por las calmadas lagunas y asombrarte de todo.  En un mismo día desayunamos en el hotel Ivoire, comimos en un maquís por unos 40 céntimos de euro pavo y achequé, sin cubiertos, a mano, cenamos en un maravilloso restaurante excelente pescado y hasta mus de chocolate, escuchamos aterradoras historias sobre la situación política, la existencia de moscas tsetsé junto a los hipopótamos de la laguna, presencia de bandidos en «trancas» montadas en las carreteras, …, dormimos en un hotel cutre (y eso que nos vino de maravilla la guía del trotamundos que llevamos).  ¡Nos reímos tanto de todo!, era surrealista la situación, pero algo invitaba a la comunicación, la distensión y el goce de las pequeñas cosas.

Cuando empiezas a subir (a ir hacia el norte, no hay casi subida apreciable) ya todo es bosque ecuatorial, parece una nación nunca colonizada, se habla francés pero también: diulá, senufo, baulé, gueré, wé, yakubá, akié, … En el oeste todo el mundo es animista, no importa que sea cristiano o islámico, bailes, máscaras, ritos ancestrales, sortilegios, son cosas demasiado serias para ellos.  Se dice que cuando muere un anciano desaparece un libro, ellos no transmiten sus creencias ni en libros ni en piedras, su cultura es oral, no sienten tampoco la invitación a conocer cosas nuevas y recorrer lugares lejanos, siguen anclados en su tribu, sus tradiciones y su lengua, es por eso muy difícil conocerlos.  Parecen felices, nunca están solos, andan muchísimo, bailan con el cuerpo entero, venden en todas partes, hacen maravillas con la madera, tejen artesanalmente y cocinan con mimo.  La comida típica es un plato de carne o pescado acompañado de arroz, achequé, futú, mandioca, patata o plátano frito; y siempre salsas, sin ellas no hay comida, las hacen con cacahuetes, berenjenas, tomate, pimiento, … picantes en grado sumo, cuanto más africano es el local más levantan la boina las salsas.

Por la noche oyes el tamtam, la llamada a la oración de las mezquitas, los silbos de los guardianes: son todos senufos, cazadores que pasan largos periodos iniciándose con ritos complicados (rito del poro). La naturaleza es exuberante, subir a la Den de Man, pequeña montaña de sólo 1268 metros, es algo así como hacer bicicleta en una sauna. Todos los pueblos tienen su bosque sagrado al que sólo entran los iniciados y en momentos concretos, el puente de lianas en Dannané es una obra sacra, hay que cruzarla descalzo, se renueva anualmente, en una sola noche, cuando el hechicero encuentra el momento adecuado y los elegidos lo han ido construyendo.  Lo visitamos dos veces y en los diez días de diferencia, parecía que nos habían cambiado el territorio.

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El camino de acceso era un pantano, nos llevaron monte a través por una senda y anduvimos los últimos 200 metros con el agua más arriba de las rodillas. Y el puente que estaba sobre el agua a unos dos metros en su parte más baja tenía más de un metro de altura inundado en el centro.  Echamos a la espalda nuestros cuidados con el agua, los mosquitos, serpientes y gusanos, no sé qué pisamos descalzos por el monte, pero parece que hemos regresado indemnes.  Las aldeas son tal cual las vemos en películas, casitas de palos o adobe con tejados de paja, los niños a veces se asustan de ver un blanco, otras se te acercan a tocar la piel. Cuando llegas tienes que dar la «noticia» al jefe del poblado, nunca hay prisa, los saludos son largos, preguntan por todo.  En Tubá estuvimos viendo los peces sagrados, son unos peces bastante feos que tienen bigotes y cabeza rectangular, nunca los pescan y si encuentran alguno muerto celebran auténticos funerales.  Sólo cabe abrir los ojos y los oídos, contemplar, escuchar, respetar, maravillarse y disfrutar.

En el norte el bosque da paso a la sabana, las gentes son en su mayoría de religión islámica y la tribu predominante es la Senufa. Los senufos son muy trabajadores, más limpios, expertos en tejer, trabajan el barro, la madera y los metales.  Son los únicos que utilizan animales para trabajar los campos. Me encantó la ciudad de Korhogó.

Fue casi una odisea encontrar la mezquita de Kassumbargá, la más antigua del país; está sólo a 7 kilómetros, pero no hay indicaciones de ninguna clase y las respuestas a nuestras preguntas eran absurdas a nuestro entender. Muchas mujeres no hablan francés, según cómo preguntes la respuesta cambia, nunca te contradicen:  ¿vamos bien por este camino?, sí; ¿tenemos que desviarnos?, sí, … Hay explicaciones como: monté, monté, carrefur, carrefurPerdidos en mitad del monte nos encontramos con un señor mayor con su túnica árabe y con la famosa tetera de plástico listado en la mano, ¿vendrá de la costa-marfil6mezquita?, seguimos sin saber si era sordo, si no hablaba francés o si nos tomaba el pelo. Su respuesta fue algo así como: jam, ram, acompañada de movimientos del brazo hacia el cielo y en círculo.  Llegamos, de puro milagro, y merecía la pena, es como una de sus  casitas circulares, preciosa, de piedra con dibujos y con tejado de paja (éste no es  del XVII, lo renuevan cada año).  La visita nos permitió además conocer al africano más interesante, atento, respetuoso y guapo de cuantos hemos encontrado. Verles trabajando el algodón en Waranniané es también una bonita experiencia, ¡qué habilidad moviendo manos y pies intercalando hilos de colores!

Podría contar miles de cosas más, estoy llena de recuerdos. Es como si su vivir al momento te enseñase a apreciar cada instante. Nada fue estresante, pero todo a la vez enormemente intenso. No he visto el hambre que se percibe en Etiopía o Somalia, confío en que no entren en guerra, ojalá siga siendo una nación bastante habitable. Creo que es urgente elevar sus niveles educativos, como en todo el tercer mundo la corrupción política y social es su mayor lacra, en democracia y en organización social parecen no haber llegado a la edad media.  Desde mi punto de vista tienen miedos ancestrales que les quitan  libertad e iniciativa. Los paisajes naturales y humanos son bellísimos, me encantaría aprender de su saber estar «estando» en cada lugar y en cada momento. Su sonrisa, conversación y vitalidad te estimulan. África es más viejo que Europa, pero no es un continente viejo, todo lo contrario, es joven y lleno de vida.

Aún así es muy difícil vivir en África, no sé que tiene su sol que derrite la cabeza y te cansa terriblemente, la malaria, las amebas, miles de  enfermedades están ahí presentes.  Aún sigo mirando a ver si algún gusano va a salir de mi piel (no es que me hayan contado que esto puede ocurrir, lo he visto). Hace falta estar pendiente de tantas cosas, es tal el exceso de humedad que pudre todo, no es el ámbito idóneo para la dedicación a las actividades intelectuales. Necesitamos volver, al menos los europeos, a nuestras camas sin mosquitero, armarios sin moho, ropas sin planchar, carnicerías sin moscas, azúcar sin hormigas, jardines sin serpientes, …

Admiro a los exploradores y sobre todo a los misioneros, aún voluntariamente, es muy duro estar solo en lugar extraño, la salud se resiente y se hace más complicado vivir esa sensación de inutilidad e insatisfacción personal siempre presente. Me alegra cuanto he vivido que no puedo transmitir. Me siento responsable de ese enorme trozo del mundo tan olvidado desde aquí.  Es pretencioso decir que me ha cambiado la vida, nadie lo diría viéndome en el día a día, pero sí que he regresado con una firme convicción y el propósito de vivir de acuerdo con ella: las personas son lo único importante.  En cualquier lugar y en cualquier momento se puede aprender a vivir más humanamente y a hacer más humana la vida de los que te rodean.

 

 

Maria J. Asiain
Dpto. de Matemática e Informática
Universidad Publica de Navarra (España)
E-mail: asiain@unavarra.es

 

 

Páginas de origen de las imágenes:
viajeaafrica.com
tuaregviatges.es
taranna.com
luisestaviajando2010-11.blogspot.com  
viajejet.com

 

Fotografía:
María J. Asiain

 

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