Diarios de viaje – Machu Pichu, el último refugio inca
[Viajes]
Ni que decir tiene que la experiencia viajera de un turista del siglo XXI no guarda ninguna semejanza con las vivencias del descubridor de este recóndito enclave. A pesar de las indudables mejoras técnicas, gracias a las cuales las rutas de acceso no son ni mucho menos las que se encontró Bingham en su búsqueda, en la primera década del siglo XX, ni siquiera los montañeros experimentados están exentos de tomar medidas preventivas para evitar, como mínimo, el soroche o mal de altura. Nadie no habituado está libre de sentir los efectos de la falta de oxígeno, padecidos tanto por jóvenes audaces como por adultos incautos.
Fotografía: ©2016 Marisa Ferrer P.
Hoy en día las facilidades para llegar al entorno colosal de la ciudad perdida de los Incas son inigualables. Se puede acceder después de varias etapas por senderos agrestes que ascienden sinuosamente hasta ese destino, o cómodamente transportado por los modernos medios de transporte de viajeros como son el tren o el autobús.
Fotografías: ©2016 Marisa Ferrer P.
De cualquier modo que se llegue a destino, la sorpresa y el asombro invaden a todo aquel que sepa abstraerse de la realidad inevitable del ambiente turístico, e intente imaginar las peripecias de los exploradores de esos recónditos enclaves, de sus fatigas y penurias, vanas en no pocas ocasiones, pero olvidadas con rapidez cuando la fortuna les es propicia permitiéndoles desenterrar los tesoros arqueológicos que la exuberante vegetación y las inclemencias climáticas han ocultado a los curiosos durante siglos. Porque en esos remotos lugares de los Andes, hasta los colonizadores españoles tuvieron que emplearse a fondo para hollar los últimos refugios de los indígenas, defendidos por las escarpaduras impenetrables de sus cimas.
Fotografía: ©2016 Marisa Ferrer P.
Sabiamente organizada la ruta para los turistas, desde Ollantaytambo, secular punto de partida hacia las cumbres, el trayecto en tren discurre entre la espesa vegetación que bordea el río Urubamba, atravesando la neblina matinal, ascendiendo con lentitud a través de melancólicos paisajes. Cuesta imaginar lo que sería esa ascensión a pie o a lomos de mula, bajo una tormenta de las que menudean por esos parajes; solo quienes han nacido allí son capaces de circular con desenvoltura.
Una vez llegados al lugar, es imposible no dejarse deslumbrar por la panorámica que se ofrece desde la primera parada del recorrido. Una imagen vista mil veces en libros y documentales, adquiere su tamaño real y sus colores auténticos, dejando a quien lo contempla a merced de la ensoñación.
Fotografías: ©2016 Marisa Ferrer P.
Las edificaciones de piedra y de granito blanco, que para algunos cronistas semejaba mármol, se agrupan ordenadamente entre las numerosas terrazas de cultivo y alrededor del templo del sol. Ningún cóndor importuna a los visitantes, como les sucedió a los miembros de la expedición de Bingharm; quizá se han acostumbrado al imparable desfile de extraños o, lo que es más probable, han disminuido su número con el paso del tiempo.
Un sentimiento de pequeñez, de vulnerabilidad, va ganando presencia en el ánimo del visitante, cuando es consciente del dominio de la naturaleza en lugares como ése. Tan impresionante es pensar en el trabajo que debió representar para los ingenieros incas levantar semejantes construcciones, como el poder detentado por quienes mandaron su construcción. La absoluta exactitud de encaje de las piedras, característica de todas las construcciones incaicas, se funde con el escenario incomparable de las vertiginosas alturas en derredor.
Fotografías: ©2016 Marisa Ferrer P.
El verdor omnipresente en este asentamiento humano entre las cúspides del Huayna Pichu y del Machu Pichu relaja los sentidos, y el silencio esporádico que en algún momento es posible percibir, transporta a aquellos tiempos en que las Vírgenes el Sol eran instruidas en el templo para servir a los nobles, aprendiendo a elaborar la chicha y a tejer los más finos tejidos con que se vestirían. Esa es una de las hipótesis manejadas por los especialistas ante la gran cantidad de enterramientos de mujeres encontrados en las excavaciones. También se ha especulado sobre si era un centro de culto o bien una residencia real, extremos difíciles de comprobar al no haber dejado los Incas ningún testimonio escrito de sus actividades.
Fotografía: ©2016 Marisa Ferrer P.
Solamente los quipus, códigos representados por nudos efectuados en cuerdas de distintas longitudes y colores, hacen pensar en su uso para contar, función indispensable para controlar gentes y cosechas, Ni siquiera los cronistas del ejército de Pizarro y de los posteriores virreyes aclaran dudas sobre estos extremos, aunque sí resultaron útiles para conocer parte de la historia de los últimos herederos de una estirpe desaparecida, capaz de dejar para la posteridad semejantes construcciones producto de unos conocimientos y un tesón extraordinarios.
Fotografías: ©2016 Marisa Ferrer P.
Destaca sin duda el templo dedicado al sol, con su insólito perímetro curvado, bajo el que se encuentra un espacio cuyas paredes de piedra tallada podrían haber ejercido la función de panteón donde conservar las momias de los miembros de la realeza. En el punto más alto de una elevación conocida como la pirámide de Intihuatana, se supone estuvo instalado un observatorio astronómico, al que se accede por medio de dos de las numerosas escaleras talladas en la misma roca, que se prodigan a lo largo y ancho del lugar, siendo imprescindibles para desplazarse de un extremo al otro dado lo accidentado del terreno. En su centro se halla enclavada la Intihuatana, que significa en lengua quechua “la que amarra el sol”, la piedra sagrada a la que se dice que los sacerdotes ataban al astro rey para evitar que siguiera desplazándose hasta el norte y su luz llegara a desaparecer. Esa ceremonia se efectuaba en el solsticio de invierno, cuando sus rayos parecían destinados a seguir su camino septentrional abandonando esos parajes.
Fotografías: ©2016 Marisa Ferrer P.
La plaza Sagrada, el templo de las Tres Ventanas, el templo del Cóndor… nombres dados todos ellos por Hiram Bingham el descubridor de las ruinas de un sitio único, privilegiado, durante años inaccesible a los extraños pero que sin embargo consiguieron llegar hasta él y apresar al último de sus residentes, Túpac Amaru, con quien se acabó la estirpe.
De regreso en el Cuzco, queda la impresión de la rapidez de la visita, un saber a poco, a que es necesario estarse allí más tiempo y estudiar más para poder aprehender algo de su esencia. O quizá es solo una vana esperanza ante la imposibilidad de recuperar un mundo desaparecido e imposible de recobrar.
Marisa Ferrer P.
Machu Pichu, Perú
2 – 01-08-2017
1 – 02-05-2016