México – Ciudades asombrosas
[Viajes]
La primera vez que aterrizas en México D. F. la sensación predominante es el asombro, ¿cómo puede ser tan grande una ciudad? Las otras veces sientes la emoción de descubrir edificios y zonas conocidas. Yo he estado en zonas privilegiadas, como el bosque de Chapultepeq, en una compañía tan grata que todo me ha parecido bonito. He conocido preciosos restaurantes, el museo antropológico que es maravilloso en contenido y como continente, la catedral, el zócalo, el palacio nacional con sus murales de Rivera, plazas llenas de encanto, el mercado de la zona rosa… Me he encontrado con una temperatura más suave de la esperada, con la ciudad más limpia por estar en época de lluvias y hasta con la sorpresa de ver caer la ceniza que expandía el volcán. Las pirámides de Teotihuacan son impresionantes y curiosa la plaza y las basílicas de la Virgen de Guadalupe. Me encantó el telón del palacio de Bellas Artes y el espectáculo de bailes que presenciamos.
La comida es estupenda y la maldición de Moctezuma no me afectó. Los cicerones fueron lo mejor y contribuyeron a hacer patente la belleza que quizás puede quedar algo escondida cuando no sabes dónde encontrarla. Fuimos a Cocoyoc, un precioso hotel-hacienda.
El ambiente en general fue muy bueno, estar en Latinoamérica es siempre agradable porque la gente es cercana y animosa, porque expresarte en tu propio idioma es relajante y facilita el conocimiento y la relación. En la excursión a la pirámide de Teotitlan, la fuerte subida me gustó y la garganta de arriba es preciosa. La ciudad de la eterna primavera, Cuernavaca, es muy grande también, pasar de la calle al interior del hotel restaurante «Las Mañanitas» era como saltar en el tiempo y en el espacio, un oasis de silencio y verdor en medio del bullicio y el cemento de la urbe.
¿Qué voy a decir de Acapulco?, a mí no me gusta especialmente la playa, bueno no es que no me guste la playa, no me gusta estar días tumbada al sol y no sé nadar bien en el mar (me impone). Pero la semana de Acapulco se me pasó en un soplo y así sí me gusta estar. Una casa preciosa desde la que ves el mar sin nada más que arena entre él y tú, todas las comodidades pensadas y las no imaginadas (la piña colada al borde de la piscina, la comida sin desplazarte ni dos metros, la vendedora que te lleva la tienda hasta tu mesa…). Ratos de charla amena, otros de lectura, paseos por la arena y baños en la piscina, juegos en el agua y hasta siestas en la hamaca. Y además cada día era diferente, salías de cena, ibas a otra playa, a la iglesia de la montaña, paseabas en barco hasta ver los clavados (es inquietante verlos lanzarse peligrosamente al agua entre las rocas desde 35 metros de altura esperando a la ola que eleva el nivel del agua de 3,5 a 4,5 metros), los niños estuvieron encantadores y disfruté con ellos. La vista de la bahía con las luces de la noche se me ha grabado en las pupilas acompañada del sonido del oleaje, del viento y sobre todo del ambiente tan agradable que la familia de Inma sabe crear. Sin otro mérito por mi parte que ser nieta de mi abuelo he sido tratada mejor que bien y me he sentido como en casa. Incluyeron generosamente a Juan Antonio entre sus invitados y sentí cierta pena de despedirme de ellos y de Inma y sus hijos, su capacidad para hacer que te sientas bien revela gran calidad humana.
Empezamos el paseo diferente volando a Oaxaca, una ciudad francamente bonita, llena de iglesias, de edificios y plazas de la época colonial, de conventos (alguno, como el de las dominicas, convertido en el hotel). La ciudad es tranquila, pasear por ella es placentero, no te cansa contemplar la iglesia de Santo Domingo (una de las cinco más bellas del mundo), hay preciosas tiendas en todos los lados, el museo de Santo Domingo es muy interesante e inmenso, dimos con un patio en el que tomar zumos era embriagante, para elegir restaurante bastaba con pensar en hacerlo y entrar en el que casi de inmediato descubríamos. Estuvimos en misas con curas que, en expresión de Juan Antonio, estaban apuntalados, si me lo contasen sin haberlo visto creería que exageraban, experiencia curiosa y novedosa. Fuimos a Monte Albán, preciosas ruinas en una montaña cercana, a Mitla, edificios construidos como puzzle de piedras no muy grandes creando dibujos, pasamos por el árbol del Tule, enorme sabina de 60 metros de circunferencia acompañada de la cantinela de un niño pequeño: ¿ya lo vieron?, ¡favor de seguirme! (con un espejo reflejaba los rayos de sol en distintos dibujos de las ramas que semejaban variopintos animales).
Mérida es la capital del estado de Yucatán y una de las ciudades más prósperas de las que hemos visitado, nos recibió con una tormenta tropical que casi era ciclón dejando a su paso ramas caídas y suavizando el primer sitio verdaderamente cálido que visitábamos. Como estamos en la época de lluvias, todo florece y crece luminoso. La Catedral es de estilo herreriano y hay varios palacios platerescos, recuerda (aunque no sé exactamente porqué) a la Barcelona modernista. Comprar en Mérida es casi obligado, hay de todo, incluso cientos de bancos en los que (siempre que tengas) sacar dinero mañana y tarde. Cualquier ruta maya que se emprenda pasa por Mérida. Uxmall queda bastante cerca, la visitamos bajo las nubes amenazantes que se llevaban el calor hasta que la lluvia persistente nos obligó a refugiarnos en el edificio que culminaba la visita.
Nos dispusimos a esperar que cesara la lluvia, pero los diversos guías y personas de zonas caribeñas insistieron en que no iba a parar en mucho rato, así que nos empapamos acercándonos al complejo de entrada. Mientras comíamos (o cenábamos, eran las 17 horas) disminuyó la lluvia hasta parar del todo cerca de las 19 horas. Teníamos previsto un espectáculo de luz y sonido sobre el cuadrilátero de las monjas, y fue posible con el único inconveniente de encontrar las sillas mojadas. Me encantó, imaginabas más fácilmente cómo era Uxmall en sus buenos tiempos y captabas mejor toda la grandeza del conjunto. Chichén Itzá (son ruinas mayas y toltecas) es tan grande que no voy a mencionar detalles, salvo la impresión de encontrar como cinco kilómetros cuadrados de terreno artificial, de una especie de peana sobre la que se construyó el complejo, ¡es increíble! Parece difícil aceptar que estos lugares tuvieron (y tienen) un grave problema de escasez de agua. La época de lluvias lo cambia todo, resultan curiosos lo pozos creados para conservar el agua de lluvia para las épocas secas y los sistemas ideados para mantenerla ¿potable? (desde echar sapos a cal, no se puede negar que fueron creativos).
Tendría que seguir y seguir para contarlo todo, pero ni yo (y mirad que hablo) lo cuento todo. Supongo que sirve para que os hagáis una idea de cómo disfruté y estaría encantada de que me acompañarais en el próximo viaje, aunque tendríamos que hablar con Juan Antonio, sin él no hubiese sido lo mismo.
Maria J. Asiain
Dpto. de Matemática e Informática
Universidad Publica de Navarra (España)
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