Pep Bras – Escritor y guionista

 

[Entrevistas / Cultura -Literatura] 

 

Por Marina Torné

 

La cita es en el hotel Pulitzer, en la calle Bergara. (‘fade in’) El día amaneció gris, húmedo y poco caluroso, pero a las cuatro de la tarde el sol me sorprende sin previo aviso en plena Plaça de Catalunya. «Here comes the sun». Es primavera y de nuevo observo, como cada año por esta época, la mezcla de lanas y algodones, botas y sandalias, en un ir y venir de cuerpos, más o menos atractivos, que me recuerdan que en un plis-plas será un suplicio salir a esa hora.

El escritor, puntual y con paso seguro, se acerca al lugar donde le esperamos: americana azul oscuro de pana (creo), camisa violeta (creo), tejanos (diferentes… seguro que sí), botas míticas, gorra, gafas (sus gafas), una bolsa negra con sus cosas y una bolsa de plástico con una nueva adquisición literaria.

El escritor se acomoda, despreocupado, en el lugar equivocado: allí la luz no es lo suficientemente buena y por ello le sugerimos cambiar de ángulo en el sofà.

Paciente, ocupa su sitio y nosotras, el nuestro.

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Pregunta: ¿Esperamos su bebida o comenzamos? Le advierto que será una entrevista larga.
Respuesta: Podemos comenzar, aunque tenemos mucho tiempo. Acabo de comprarme el libro que presenta hoy Enric Pardo en el ‘FNAC-El Triangle’, justo aquí al lado, o sea que podemos charlar hasta las siete menos dos minutos.

-Pues voy a beber un sorbito más de café.
-Acábatelo tranquilamente que si no estará frío.
-Ya está frío.
-¡Ah! Te lo tomas frío.
-No, pero siempre se me acaba enfriando.
-Pues muy mal.
-No me gusta frío, pero sí sin azúcar.
-¡Por Dios! ¡Eso siempre!.

Le sirven la copa: un gintónic, en copa de gintónic, con sus cubitos de hielo y su piel de naranja enroscada como una serpentina de verbena y algunas bolitas marrones que flotan, como confeti, en una pecera de aguas azuladas a temperatura glacial.

P. Veo que también se ha apuntado a la moda del gintónic.
R. Estuve un año diciendo que estaba hasta las narices de que una bebida que en mi juventud era de lo más vulgar, se haya convertido en lo más pijo. Entonces me dije: «Si no puedes vencerlos, ¡únete a ellos!» y vuelvo a beber gintónics, pero tan sólo desde hace tres semanas (Ja).

P. ¿Piensa que en un futuro no muy lejano, necesitaremos pasaporte para viajar a España?
R. (Ja) ¡Qué gracia! Es una broma, ¿verdad? (Ja). Es que esta pregunta me la hicieron en una entrevista para «El Periodista Digital»
P. ¡Ya lo sé! Lo explicó en la presentación de su libro. Era para romper el hielo…

que se deshace lentamente en la copa de balón gigante. El cristal se va cubriendo por fuera de gotitas delicadas y diminutas, brillantes y preciosas, con el fulgor que sólo tienen los diamantes caros de verdad. De repente estoy sedienta.

P. No me diga que «La niña que…», fue un sueño.
R. No. Me lo pensé mucho antes de colocar los cuatro sueños a lo largo de la novela, porque hay un libro llamado «Cómo no escribir una novela», en el que se dice que coloquemos todos los sueños que queramos, que ya nos los cargaremos después, pero no puedo hacer eso con los míos porque son los ‘macguffin’ de la novela. El término se lo inventó Hitchcock. Los ilusionistas consiguen que mires la mano izquierda para que pensemos que harán el truco con esta mano, pero el truco lo hacen con la mano derecha.
P. ¿Dónde estará la bolitaaa…?
R. Sí. Pues Hitchcock utilizaba este recurso en sus películas. Ese era el truco para que el espectador pensara que su película iba de… y en realidad no tenia nada que ver. El ‘macguffin’, en mi caso, eran los sueños que va teniendo la persona que ha perdido la memoria.
P. ¿La novela podría ser su sueño de usted?
R. Sí, y que haré realidad cuando pueda escribir más libros como éstos. Mi sueño siempre ha sido dedicarme sólo a escribir.
P. He hallado muchos géneros en «La niña que…», además de un minucioso trabajo de documentación.
R. Más que documentándome, he estado seis meses trenzándola, y para crear una historia que transcurre a principios del siglo XX, evidentemente, tenía que documentarme.

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P. Claro.
R. Ya sé que puede parecer que sí, pero yo todavía no estaba allí (Ja). Hay gente que me pregunta si he estado en Ilhabella y yo les digo que no, pero es que tampoco hubiera encontrado ahora la Ilhabella de principios del siglo pasado. He viajado a París y no me ha servido de nada para escribir sobre el París que describo. Durante los seis meses previos a la redacción, estuve preparándome el argumento: investigando cómo eran las pistolas en aquella época, los vehículos, edificios, vestidos… Esta etapa es fascinante porque no escribes ni una sola línea. Lo único que haces es ir amontonando carpetas con todas las imágenes que utilizarás después para escribir luego la película que se está armando en tu cerebro.
P. Hábleme de la caja que nos descubre secretos, historias terribles… pero que también, finalmente, nos conduce, redime y guía hacia un sereno final. Ahora me estoy poniendo filosófica.
R. Diría que sí. Mucho (Ja).
P. Es que este punto me inquietó. No me esperaba esta trascendencia, compréndalo: me quedé en «El bajel de las vaginas voraginosas» y…
R. ¿Sabes en qué estaba pensando? Pues en que ahora se está haciendo el ‘book-trailer’. Los que trabajan en ello me preguntaron si les podía enviar alguna idea para confeccionarlo. Les dije que sí y que quería algo muy sencillo: fotos de jaguares, selva… Les envié el material gráfico y el guión del ‘book’, y todo eran fotos y rótulos, fotos y rótulos… Al cabo de un tiempo me envían una foto de una caja de madera y me dicen: «Haremos que las fotos salgan de la caja».
P. Pues claro.
R. «Lo haremos así», me dijeron, y yo les contesté que ¡adelante!
P. ¿Recuerda la película «Dune»?
R. Por supuesto.
P. Frase: «¿Sabes qué hay en esta caja? ¡Dolor!». ¿Cómo digiere ‘su’ caja?
R. Cuando acabas de escribir un libro ya es del lector. Lo que más me interesa es el viaje. La caja es el billete del viaje. Hubiera podido colarme en el tren y sin billete, o sea que la caja no me obsesiona en absoluto. O puede que sí, porque si al principio aparece un ataúd… que también no deja de ser una caja…(Ja) ¡Pues quizás acabe yendo al psicólogo! (Ja). En todo caso, la importancia de la caja no era intencionada aunque, de momento, ya hay dos personas que piensan que sí que tiene importancia, y tú eres la segunda que me lo dice.
P. Miedo cuando aparece el jaguar Gápanemé. La niña Dandhara canta para ahuyentar su miedo. ¿Y usted?
R. Gápanemé es el símbolo de la muerte. En aquella isla minúscula el jaguar puede acabar con sus vidas y les enseñan desde pequeñitos que para no pensar en ella y ahuyentarla, hay que cantar. En nuestra sociedad occidental utilizamos iphone, consumimos música, series… para olvidarnos de que nuestro paso es fugaz…

como los bloques de hielo que ahora se siguen derritiendo en la copa de balón. El calor aprieta y yo sueño con un gintónic.

… porque, en el fondo, Gápanemé es lo que nos espera a todos y está escondido en la jungla.
P. Pero ¿canta o no canta?
R. ¿…?
P. Cuando tiene miedo.
R. No me asusta excesivamente la muerte, si te refieres a eso. Soy hipocondríaco, eso sí. Esperar tres cuartos de hora en un ambulatorio y tener a un señor que me está tosiendo encima… No se trata directamente de la muerte, pero pienso:  «Ahora este señor está tosiendo y la semana que viene estaré en cama con cuarenta de fiebre».
P. Y no pasa nunca.
R. Habría que discutirlo (Ja). Alguna vez me ha ocurrido (Ja).

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P. Un detalle que me ha gustado mucho de «La niña que…» es…
R. ¡Vaya! ¡Un detalle! (Ja). ¡Te pasas tres años escribiendo un libro y hay un ‘detalle’ que le ha gustado! (Ja)
P. ¡Pues sí! La magia. He respirado magia. Como con Hesse y aquel cartel: «Sólo para iniciados».
R. Creo que leí sus obras completas con 19 años y no lo he vuelto a hacer.
P. Me refiero a estrategias que me recuerdan a las reglas de un juego: el que nos conduce por una historia que al principio puede parecer de broma, pero que en el fondo es muy, muy seria.
R. Puede ser…

que su gintónic ya esté aguado. No he contado los minutos que han pasado desde que se lo sirvieron. Algunos expertos insisten en la duración de la copa para poder disfrutarlo en óptimas condiciones. («Sólo para iniciados»). Además, sospecho que le sobran mínimo dos hielos.

P. La primera parte transcurre en Ilhabella. ¿Se ha olvidado ya de ‘Lulelé’?
R. (Ja) ¡Pero es que Ilhabella existe! Es el lugar donde ocurrió el naufragio…

y seguro que los supervivientes deberían de estar tan sedientos como yo.

-«Tengo mucha sed. Cuando he salido de casa hacía fresquito y un par de horas después… ¡Qué calor!», le comento al escritor.
-No me gusta nada la primavera.
-Pero, ¡Qué me dice! ¡Es la mejor estación del año!
-¡Qué va! Esta mañana me he congelado y como no me fiaba, me he puesto esta americana de pana y ahora me estoy asando.
-Pues quítesela.
-Eso nunca. Soy un tío elegante. (Ja)

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P. Y miedoso, porque creo que le asustan los payasos.
R. Me aterrorizan desde que era pequeño y todavía ahora me dan miedo.
P. ¿Y una niña ventrílocua, no?
R. ¡Para nada! Los muñecos de ventrílocuo siempre me han fascinado.
P. 1.300 páginas iniciales que han quedado reducidas a 291. ¿Una carnicería?
R. Creo que el trabajo ha quedado finalmente muy bien. La editorial sólo eliminó, con gran acierto, una parte del ‘polvo’ que constaba de unas 25 páginas más, y tenía toda la razón: me había ido de la bola. Intenté hacer un capítulo de unas 50 páginas donde el sexo se extendía prácticamente por todo el mundo, pero ya es suficiente que se extienda hasta Sao Paulo (Ja).
P. ¡Qué lástima!
R. Se trataba, hasta aquel momento, de una novela romántica.
P. El sexo que describe en «La niña que…»,  también es muy romántico.
R. Me lo pensé mucho cuando me sugirieron eliminarlas. En la versión publicada el sexo sí es romántico pero en la otra, no. Habían cosas que eran, por decirlo de alguna manera…’modernas’, incluso un error ya que era impensable que a principios del siglo pasado se hiciese según qué. Con respecto a la ‘mutilación’ de la novela lo que ocurrió es que arrancaba con la historia de los padres de Joan y acababa con la muerte de él. Lo explicaba todo y por esta razón era tan extensa.
P. Veo tres partes claramente diferenciadas en su obra y que parecen escritas por distintas personas. Miedo me da.
R. Es intencionado. Es más. Si llego a escribir la gran novela de 1.500 páginas, hubieran habido seis partes y todas formalmente diferentes. Lo que intento es que el lector no se desconecte cada vez que hay un hachazo. He procurado que la niña enlazara las dos primeras partes a través de su mirada naïf y que no se notara tanto el salto entre Ilhabela y París. En Ilhabela todo es fogoso, tórrido, selvático…
P. Salvaje…
R. Salvaje… En cambio el capítulo de París es histórico, frío, descriptivo… El lenguaje es totalmente diferente. La situación de los personajes, también. Parece escrito por personas distintas… Son como dos espejos que se miran. Sería como una película de Wes Anderson, por poner un ejemplo de estructura simétrica.
P. Y la trilogía…
R. Ahora habrá una precuela y luego una secuela.
P. ¿Se lo ha pensado bien?
R. Durante un año y medio, y puedo decir que estoy disfrutando como un animal. Durante este periodo he preparado también el argumento de otra novela: «La aventura». Nada que ver con ésta. Se trata de una novela tan pequeña, tan pequeña, que mejorará si la escribo dentro de diez años; tan sencilla que tengo que aprender a escribir mucho mejor para que sea buena.
P. Y pensar que todo empezó con un premio de la Coca-Cola…

que también me bebería encantada ahora. ¡Lo que sea! ¿Qué hora será ya?

R. Pues sí.

¡Albricias! ¡Por fin llega mi gintónic gracias a Campanita! Las burbujas del grial explotan en mi garganta y me cosquillean la nariz. El escritor explica que tenia once o doce años cuando ganó su primer premio. Aprovecho el paréntesis de sus recuerdos infantiles y me entretengo en cada trago con el hielo que quema y adormece los labios mientras hace ‘clink, clink’.

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P. …Y con siete años se leyó «Las mil y una noches».
R. Sí.
P. ¡Caramba!
R. Es que yo era muy raro.
P. Y muy adelantado, también.
R. No. Se trata de una cuestión empírica. Los otros niños gritaban e iban tras una cosa redonda. Yo me aburría y prefería estar leyendo tebeos. No tengo ningún problema en quedarme solo en casa. Hay gente que se aburre. Yo no. Nunca me he aburrido estando solo. Cuando mi abuela me lleva a una librería y me dice que basta de leer cosas de críos y que ya va siendo hora de lecturas más avanzadas, me regaló «Las mil y una noches». Lo primero que pensé es que no tenía dibujos, pero cuando empecé a leerme los cuentos, flipé.
P. ¡Cuentos eróticos a su edad!
R. ¡No! Se trataba de una versión abreviada y convenientemente censurada. En él sólo se cuentan las leyendas. Nada más. Nada que ver con los tres tomos que me compré años después.
P. ¡Ah! Porque pensaba que…

su gintónic estaría aguado. El mío, recién servido, lo estaba. Pero ¡qué frío y qué bueno!

P. Con tanta producción, le imagino escribiendo y dibujando como un poseso, casi en trance.
R. ¡No, no! ¡Qué va! ¡Nada de eso! Estuve en el campo con unos amigos en una ‘calçotada’ y de repente me puse a tocar una guitarra.
P. ‘My guitar’

¡Qué canción más hermosa!

R. No era mi guitarra. Estaba por ahí, y empecé a tocarla.

El escritor toca la guitarra en el aire, marcando acordes y todo. Le pregunto que cómo sonaba.

R. Pues no tengo ni idea. Estaba abstraído, iba a mi rollo: ‘turuturutururruuttuttuttut…’ Se ve que el resto del grupo se dio cuenta de que estaba como en una burbuja… Pero no tocaba nada en concreto, sólo ‘turuturutururruuttuttuttut…’
P. Ya veo.
R. Esto también lo hago en mi casa. Tengo tres guitarras y cuando toco no…
P. Un poco autista.
R. Lo mismo que cuando escribo. No me entero de nada de lo que ocurre a mi alrededor. Pero nada que ver con lo que me has sugerido tipo escritura automática y tal. Eso sí: no hay nada que me distraiga cuando escribo, como todo el mundo.
P. Como todo el mundo, no. Aquello de «por cierto al techo no le iría nada mal una mano de pintura»… La gente se distrae. Muy a menudo yo me distraigo…

mientras pienso que no hay nada más agradable que contemplar la coreografía elegante del «Cirque du Soleil» que ilustra esta época del año; todo lo contrario al estallido de circo chillón del verano. Flota en el aire un aroma de ambientador tímido, para no ofender, telas al sol, perfumes variados y «tot és primavera…», etcétera.

R. En todo caso, me levanto a les tres de la madrugada para escribir, que es una hora muy difícil para distraerse… Sería tonto si me distrajera a esa hora (Ja). Levantarse a las tres para escribir y no escribir… (Ja). Duermo un promedio de cuatro o cinco horas. Dormir es una pérdida de tiempo.
P. Hablando de distracciones. ¿Se liga mucho siendo escritor?
R. ¡No! ¡Para nada! Mi vida es totalmente rutinaria. Es la verdad. Escribo mucho y no puedo evitarlo…

…»no puedo evitarlo»: «Les Liasions dangereux».

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P. ¿Todavía escribe con dos dedos?
R. Sí. No sé mecanografía.
P. En su blog una de las 1001 cosas que dice que le gustan es Tom Waits y su ‘Chocolate Jesus’. Yo había pensado que quizás se inclinaría por un Waits algo más… cinematográfico.
R. ¿Como ‘One from the heart’?
P. Sí.
R. Esta la elegí porque es la canción favorita de mi hija, Alba.
P. ¿Cómo se ve dentro de unos años?
R. No tengo ni idea. «La vida es lo que pasa mientras tu haces otros planes».
P. John Lennon.
R. Una frase de aquel señor de las gafas redondas…
P. Es de John Lennon. ¿Por qué no ha dicho que era de John Lennon?
R. Porque has dicho «John Lennon», antes de que yo lo dijera. Era para no repetir (Ja). Decía que si tengo que continuar haciendo de guionista, me gustaría trabajar en series de televisión, pero series de verdad, de calidad, aunque a mí se me pasa todo el estrés escribiendo libros. Soy muy nervioso y sufro mucho cuando tengo que hacer según qué cosas. Siempre que me encargan algo me pongo muy nervioso. Tengo un gran sentido de la responsabilidad.

Le confieso, ahora al guionista, que no tengo tele:

-¿Soy rara?
-¿No tienes tele?
-No.
-¡Qué suerte! ¿Tampoco la utilizas para ver películas?
-No.
-No lo entiendo. ¿Y no la necesitas? ¿Y cómo te evades de la realidad? ¿O tienes una realidad maravillosa? Debes de ser muy feliz. Tener tele es una demostración de que nuestra vida es una mierda. El primer día de clase les digo a los alumnos: «¿Por qué la gente tiene necesidad de historias?»: literatura, andar por la calle con auriculares, mirar series, ir al cine… Eso es evadirse de la realidad. Si después del trabajo llegas a casa y dices: «¿Qué serie veremos hoy?, es que algo no marcha bien. Felicidades. No eres rara. Está muy bien. Pero yo, de vez en cuando, tengo necesidad de mirar alguna película…

como «Blade Runner», «My fair Lady», «Gilda», «Casablanca», «Cotton Club», «Batman»…, aunque sólo sea para recordar ciertas escenas que orquestan la banda sonora del baile que danzan los iniciados, la que se perfecciona con el tiempo y que se paga con mucho sudor. Ya dije que me distraigo con facilidad. Quizás si empiezo a practicar con alguna serie de las buenas que él me asegura que, de verdad, existen…

-«…como ‘Dos metros bajo tierra’«.
-«¡Cáspita! ¡Esta sí que me gustó!», le digo.
-«¡Marca mi número de teléfono, ahora!

Suena el tema principal de «Six Feet Under». Ya relajada, aprovecho para mirar disimuladamente el reloj del escritor, rectangular y de esfera negra. Todavía hay tiempo. No llegará tarde a su cita. La luz de mi grabadora ha permanecido encendida a lo largo de toda la entrevista. He controlado el ‘on’ pongamos que cada diez minutos. Todo está bien.

Epílogo:

Pep Bras, hijo de José y María, nacido en Premià de Mar (Maresme) el 25 de diciembre de 1962 (el año de la gran nevada), se aleja del escenario exactamente a las siete menos dos minutos. Bueno…más o menos.
Distingo una melodía dulzona y feliz, como de sala de espera, de la que emanan efluvios tropicales que bien podrían presagiar un naufragio. Advierto que la cafetería del hotel se ha ido llenando de gente, la mayoría con sus portátiles plateados de peso pluma. Cada uno en su escafandra. (‘…Gápanemé/Mañana será otro día’). Me hundo en el sofá mientras apuro mi copa de confetis y serpentinas que ahora reposan sobre un lecho de hielo. Son las siete.

(‘fade out’)

«La niña que hacía hablar a las muñecas» se ha publicado en Alemania por Suhrkamp Editorial y con una tirada de 25.000 ejemplares en su primera edición. En Holanda lo publica Meridiaan. El libro también viajará hasta la Feria del Libro, en Londres, gracias al tesón del equipo editor de Siruela.

 


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marina.torne@gmail.com
Barcelona, 08-04-2014 

 

Todas las fotografías: ©2014 L. Sedó

Ver:
Pep Bras – Presentación de «La niña que hacía hablar a las muñecas»

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