Sus sueños III – ‘Casablanca’ una boutique en la ‘Blanca Subur’

 

[Relatos

 

Play it again, Sam

© Marisa Ferrer P. 



Frase popular, donde las haya, para los que son cinéfilos y los que no. Casablanca es una película de las llamadas “de culto”; sus protagonistas son personajes duros, sólidos, de una pieza, que saben cuál es su deber y cómo enfrentarse a las dificultades que les plantea la defensa de sus convicciones, sin dudas, aun a costa de su felicidad. Y esto tiene mérito… no como nosotros, los de la vida real, inmersos en el deshoje constante de la margarita, en busca de respuestas que nunca se obtienen fácilmente, si es que se obtienen.

Casablanca es, también, el nombre de una boutique – como se decía en los 70-  regentada por Elsa, una mujer que, como Ilsa, encontró a su Rick. Y, además, ¡en París! 

Había acabado ¡por fin! su carrera de filosofía y convencido a su tía de que la acompañara a darse una vueltecita por Europa para celebrarlo. Aun quedaban rescoldos del calor que irradió esta ciudad en mayo del 68 y ella quería conocerla; subir a la tour Eiffel, pasear por los Champs Elysées, visitar el Louvre, navegar por el Sena en bateau mouche… en fin, todas las obligaciones de una turista comme il faut.  Quizá la capital mundial de la moda la inspiró para sumergirse en ese mundillo, quizá el subconsciente –tan en boga entonces- la llevó hasta allí para eso, quizá fue el azar…

Lo que son las cosas, en medio de la haute couture,  de la grandeur y de los bistrot, la recién licenciada fue a toparse con su media naranja, aunque ella aun no lo sabía. Y lo mejor es que era precisamente un argentino el que la cortejó a casi doce mil kilómetros de casa. Para que luego digan que París no es la ciudad del amor.

Después de una obligada separación de varios meses pues ella se debía a su familia, se reunían en Barcelona y emprendían juntos la aventura de compartir ese viaje que llamamos vida.

Y más o menos a esa altura de la historia la conocí yo. De hecho, conocí primero a “Rick” quien la nombraba por su apodo: “la Negra”. En mi ignorancia – siempre he sido algo lenta en caer en cuenta de las cosas-esperaba encontrarme con una descendiente de esclavos africanos pero no, era, y es, una adoradora del sol. Está bronceada todo el año; disfruta de la luz y el calor del astro rey de noviembre a marzo en Mar del Plata y de abril a octubre en el Mediterráneo.

Con ellos y su círculo de relaciones aprendí que no es lo mismo un tango que una milonga, qué es una tira de asado y qué el vals argentino; aún la veo con el pañuelo en la mano bailando en una reunión de amigos, al lado de la barbacoa donde se asaban las tiras. De postre, charlas sobre filosofía, política, gastronomía, teatro, literatura, música… eran los 70, el final de la guerra de Vietnam, el final del movimiento hippie… y había mucho de qué hablar.

Y de ahí a montar su tienda de ropa no pasó demasiado tiempo; llegaron a tener hasta tres, repartidas por la costa mediterránea; sus creaciones, siempre a la última tenían, no obstante, su singularidad y toque personal. Se teñían las telas, se diseñaban los modelos, se impartían instrucciones a las costureras… todo lo necesario para conseguir el estilo del momento, pero diferente.

La Negra era activa, incansable, habladora… lo animaba todo, estaba en todo, lo sabía todo, lo arreglaba todo; un torbellino. Y sigue igual, como pude constatar después de varios años sin vernos. El tiempo tamiza las cosas y a las personas, asienta y, a veces, transforma. No es éste el caso. Fiel a su modo de vida, ha conservado esa inquietud que da la constante percepción de la realidad en contraste con los sueños.

Ahora sólo queda esta Casablanca, mucho más alegre que la del cine, en pleno centro de una población a la que los romanos llamaban Subur. Allí, entre carteles de la película, porcelanas antiguas, frascos de perfume, cerámica popular y espejos se intercalan vestidos desenfadados, vaporosas blusas y chales multicolores.

Cuando la clientela se retira y la conversación se toma un respiro, la música lo envuelve todo. Y sigue con su marido, firme a su lado como una roca, renovando cada día las etapas de ese viaje que emprendieron juntos hace más de treinta años en la ciudad de luz. Al contrario de la pareja de celuloide, y a pesar de los múltiples contratiempos que hay que superar cuando se vive en pareja, ha durado hasta hoy y tiene mucho recorrido por delante. Es para toda la vida.


 

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Fotografías © Marisa Ferrer P.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

1 – 19-08-2009