El accidentado viaje a Rusia
[Viajes]
Han pasado doce años desde que Yolanda, amiga y agencia de viajes particular, me propuso viajar juntas el verano de 2004. Nos pareció buena idea visitar Rusia y acercarnos a Siberia y yo di por hecho que el viaje se realizaba. Me encanta viajar, y cuando digo esto no quiero decir que me guste montarme en aviones, trenes, autobuses o coches, lo que me gusta es conocer lugares nuevos para los ojos pero de los que tienes ideas literarias, históricas, fotográficas, geográficas o artísticas. Disfruto con las cosas bellas, igual da que sean naturales (desde la Patagonia a las hayas de Goñi) o que sean creaciones humanas (tanto las Pirámides de Egipto como el cuadro de las Meninas). Me apasiona acercarme a cómo viven las gentes (aun sabiendo que, por pequeño que sea el territorio, una visita esconde más que lo que muestra) y gozo, sobre todo, de esa sensación de estar viva que los viajes acrecientan. Los días ordinarios suelen tener, bien a mi pesar, muchos momentos que pasan sin haber sido vividos, los días de los viajes (para bien o para mal) son intensos; siempre agradezco esa sensación de haberlos vivido mucho.
El viaje de este año fue, en algún sentido, el peor de todos los que he hecho hasta ahora; también fue excelente porque nunca lo voy a olvidar y porque disfruté hasta de alguno de los inconvenientes sufridos. Desde enero le iba diciendo a Yolanda que me hiciese el plan, pero en mayo no habíamos organizado nada y ella tenía dudas de si iba a poder tener vacaciones en agosto. Yo le dije que seguía adelante con la idea, aunque tuviese que viajar sola, y a primeros de junio concretamos el plan: San Petersburgo, Moscú, el transiberiano y el lago Baikal. Rosalía (a ella sí que le animé) decidió acompañarme y entregamos a Yolanda los pasaportes para el visado (incluso adelanté parte del pago). Jaime tenía muchas dudas sobre si nos acompañaba o no (al final se fue a Croacia unos días más tarde), Yolanda tampoco tenía claro qué hacer porque su padre tenía problemas de salud, … Lo único seguro era que Rosalía y yo sí íbamos. A finales de junio estuve en Santiago, allí Felipe, y sobre todo Elena, me confirmaron que se venían a Moscú y San Petersburgo; desde el 28 de junio estaban también sus pasaportes pendientes del visado. Entre tanto, Toñi y Cefe estaban en un crucero por el Báltico (llegaron a San Petersburgo) y el 30 de junio me confirmaron que se apuntaban al viaje completo. Creo que desde ese momento empezaron mis nervios: Yolanda no se ponía en contacto con ellos para el visado, estábamos en sanfermines y aquí todo iba a medio gas, esperaba tener los pasaportes de Felipe y Elena y nunca llegaron, tampoco sabía el precio exacto, … Después de sanfermines me encuentro con que teníamos fijadas unas fechas (yo no sabía que el visado debía marcar las fechas exactas, los anteriores visados te los daban por un mes o dos) que yo no quería por varios motivos. Yolanda no me dijo las dificultades de cambiarlas porque se empeñó en complacerme, pero los últimos días de julio estuve histérica y arrepentida de haber organizado el viaje. Nada podía ir peor: los pasaportes y billetes los tenía que recoger Toñi en Madrid (los tuvo que ir a buscar el día 30, revisar si todo estaba bien y cargar con la responsabilidad de custodiarlos); Elena, Felipe, Rosalía y yo volábamos a Madrid sin nada, ¿y si perdíamos el vuelo o llegábamos tarde, qué hacía Toñi y qué hacíamos nosotros?; no tuvimos tiempo de revisar por internet cómo eran los hoteles (tal vez había que cambiar algo). Estaba segura de que se me escapaban cosas, me sentía avergonzada por una improvisación que nunca fue tal y culpable por confiada, desinformada y osada (la realidad confirmó todas mis sospechas).
Llegué el 1 a Madrid casi a la vez que Felipe y Elena, llegaron después Toñi y Cefe y tuve el primer respiro al ver que los pasaportes y billetes estaban en sus correspondientes manos. El aviso de Rosalía no me preocupó demasiado (tenía retrasos en el vuelo, pero de Barcelona había muchos aviones), luego, según el tiempo pasaba, ya empecé a pensar en todo: me tendría que quedar yo (aunque tuviésemos que pagar el vuelo porque para mí no hubo retraso y además era otra compañía) para volar con Rosalía cuando encontrásemos vuelo, cambiar los planes sin causar perjuicio, mandar juntos a quienes ni se conocían hasta ese momento, … Afortunadamente llegó a Madrid a tiempo de coger el vuelo a Moscú, claro que: sin maleta.
Ilusamente le di por teléfono la dirección del hotel de San Petersburgo para que nos remitiesen la maleta, le urgí un poco para que no nos encontrásemos con overbooking, … Embarcamos en asientos separados y despegamos sin maleta, sin la cena tranquila que me prometía, confiando (reilusa) en que el resto del viaje iría como la seda.
Aterrizamos en Moscú, ya estábamos en la patria de Dostoievski, Chéjov, Tolstoi y Pushkin, en la de Tchaikovsky, Korsakov y Shostakovich, en la de Lobatchewsky y Kowalewsky, en la de los zares y Rasputin y en la de Lenin y Stalin. Elegimos un autobús inadecuado para trasladarnos de terminal y compartimos las maletas con cestas de verduras y gentes que ni salían ni llegaban a aeropuerto alguno. La terminal de vuelos nacionales era bastante desorganizada, mientras Elena y Felipe estaban secuestrados en la enfermería, Cefe y yo nos acercamos a una cafetería. Tras hacer cola, cuando pedimos los cafés nos dijeron que estaba cerrada y que fuésemos a la otra; pedimos en la otra cuatro cafés y cuando nos los daban no aceptaron ni los euros ni la visa. Cambiamos rápidamente dinero, pero al regresar para el pago también habían cerrado esa cafetería (tenían los cafés preparados pero no nos los dieron). No había más cafeterías, pero inmunes al desaliento recorrimos toda la terminal hasta dar con un chiringuito de prensa, pilas, … en el que nos dieron los ansiados cafés y unos bollos con algo dulce dentro.
Elena y Felipe habían conseguido zafarse de quienes les retenían en la enfermería y nos reímos con los cafés y con el panorama de falta de comunicación que se nos presentaba (saber inglés no servía casi de nada, el lenguaje gestual era más útil que mi mal inglés y que el buen inglés de Felipe y Elena). Cuando llegó la hora de embarcar, Elena y Felipe volvieron a la enfermería y los demás facturamos el equipaje y cogimos las tarjetas de embarque. Al llegar al avión ya estaban allí sentaditos los gallegos, pero a la hora de salir empezaron las dificultades. Los habían subido al avión sin tarjeta de embarque y, aunque eran ellos los que los habían llevado, no hubo modo de conseguir tarjetas de embarque para ellos. Una hora de discusiones, de llamadas telefónicas, de reuniones a varias bandas, no sirvió de nada; tuvieron que bajar del avión y esperar 4 horas hasta coger el siguiente (que quisieron cobrarles). Inconcebible, pero real. Yo llamé para avisar que ellos llegarían más tarde a San Petersburgo, pero no sé qué entendieron. A nosotros no nos esperaba nadie y yo me negaba a aceptarlo. Cefe decía que cogiésemos un taxi, mientras yo seguía confiando en que estarían esperándonos. Ante la evidencia, tuvimos que negociar precios para el traslado al hotel. Uno de los síntomas de que un país no es del primer mundo es que en cuanto desciendes del avión la gente se amontona ofreciendo taxis. Uno de los taxistas quería meter cuatro maletas grandes en un maletero en el que justo cabían dos (además de llevarnos a los cuatro). Tras dimes y diretes, salimos en dos taxis camino del hotel, con cierto miedo a no llegar, sobre todo al ver por dónde íbamos circulando y cómo se conducía. Con retraso conseguimos reunirnos los seis en el hotel sin nada más grave que el cansancio y la maleta de Rosalía perdida.
La ciudad es preciosa: los puentes sobre el Neva, los templos de San Isaac, de la Virgen de Kazan y de San Salvador de la Sangre Derramada, la torre de la Duma y el jardín de verano, la avenida Nevsky y la fortaleza de san Pedro y San Pablo. El museo Hermitage es grandioso en contenido y continente, no se puede elegir entre tanta maravilla, pero me quedé encantada con La virgen con niño de Leonardo da Vinci y con El retorno del hijo pródigo de Rembrandt. Es uno de los mejores museos del mundo, sobre todo en pintura, y está en unos palacios preciosos (aunque la iluminación no está del todo conseguida, la luz natural produce brillos y contrastes en algunos cuadros y el buen ángulo visual no es fácilmente encontrable, si es que existe). Volvería a visitarlo con gusto, sólo nos aproximamos a un 5% de lo que contiene. El palacio Yusupov es una joya arquitectónica y reproduce con figuras de cera el complot y asesinato de Rasputin. En Pushkin, el palacio de Catalina da una idea de cómo vivieron las zarinas y de su afición al baile. Peterhof es maravilloso, los jardines con sus fuentes y a la orilla del golfo de Finlandia invitan a pasear y disfrutar del paisaje. Más que jardines son bosques preciosos ajardinados, me imagino invitando a los amigos: mañana paseamos por el lado norte, la semana que viene por el este, en septiembre daremos una vuelta a caballo por la zona sur, … Tuvimos muchísima suerte con el tiempo, sólo llovió el día que llegamos y no tuvimos que mojarnos, la buena temperatura era especialmente grata para los hombres porque destacaba el estilo de las mujeres locales. Eran llamativos los tacones, minifaldas, escotes y andares elegantes de las chicas (comentando el viaje con el médico de Goñi, sin haber dicho yo nada, me hablaba él de lo llamativas que iban las mujeres en una de las antiguas repúblicas soviéticas. No sé si será lo mismo en todas ellas, en San Petersburgo o aprendes a desfilar mientras caminas o dejas de ser visible). El ambiente resulta alegre, aunque la ciudad no está preparado para el turismo: ¿cómo es posible que en un hotel corten la luz de 6 de la tarde a 6 de la mañana?, ¿por qué no tienen generadores propios?, ¿es tan difícil sacar algo frío de cena aunque la cocina está cerrada?, ¿es tan complicado calentar leche en la cafetera del bar?, … Pese a que no sé si probamos ambientador, comida de gatos o pan de hace un mes, esperando los cafés con leche después de disfrutar con el el Lago de los cisnes en el teatro Alexandrinskiy, también comimos ternera Strogonoff y sopa Shchi, y nos atiborramos con la ensalada de huevo, mejillón y caviar. Ya se habían terminado las Noches Blancas, me gustaría visitar de nuevo la ciudad a finales del mes de mayo; ojalá haya vuelo directo desde Madrid, el visado no sea ni tan complicado ni restrictivo, no te den la sorpresa de ningún apagón, yo sepa algo de ruso y todo esté mejor organizado. Pese a todo, volvería encantada a San Petersburgo, incluso en pleno invierno, que también tiene su aliciente.
La primera impresión del país fue que continuaba todavía siendo demasiado policial y burocrático. Nadie resolvía problemas que incluso pudieron no ser tales, ¿por qué en vez de estar una hora discutiendo en el avión no emplearon cinco minutos en recoger las tarjetas de embarque? Los procedimientos son complicados sin ninguna necesidad, ¿por qué no puedes pagar con euros en el aeropuerto o en el hotel cuando ellos pueden cambiarlos a un paso y en la calle se aceptan euros en todas partes?. Un primer interrogante se nos fue haciendo más grande a medida que pasaban los días: los sueldos que dicen tener y los precios de las cosas hacen imposible la vida, ¿cómo viven?, ¿es casi todo economía sumergida? La maleta de Rosalía, que según Madrid estaba en Rusia, no llegaba (y nunca llegó) y tuvimos que ir de compras de «objetos de primera necesidad»: ropa, calzado, gel, champú, … Pese a las rebajas, los precios eran los de aquí (los sueldos menos de la sexta parte). Tuvo su encanto la participación de todos en las compras, era bonito y divertido ver a Rosalía en el probador atiborrada de ropa y a todos llevándole posibles nuevas adquisiciones. No sé ni cómo le dio tiempo a elegir, pero batimos récord en rapidez comprando (para que luego digan que las mujeres, …). He visitado bastantes países muy tercermundistas, como Nicaragua, Bolivia y Costa de Marfil; otros que no lo son tanto (un segundo mundo podríamos decir), como Méjico y Egipto; incluso alguno que podría parecerse a Rusia, como Rumanía. Pero Rusia, que es deficitaria (mucho más en Siberia), no deprime. Algo hace creer que saldrá adelante, pese a sus enormes dificultades, no sólo económicas. Estos días se estaban haciendo especialmente presentes los problemas terroristas y toda la situación de Chechenia (a la que incomprensiblemente el resto del mundo no mira y atiende). Ver el ambiente en la playa fluvial de la fortaleza de San Pedro y San Pablo, las innumerables bodas, el milagro de que permanezcan los palacios zaristas junto a las dumas, las iglesias ortodoxas vivas después de 70 años cerradas, las dachas y el mundo rural junto al urbano, … cabe la esperanza. Si bien es verdad que te queda cierta sensación de pérdida: no existe ningún paraíso comunista en el mundo, todos vamos pareciéndonos cada vez más a Estados Unidos; y, al menos para mí, eso es horrible. Hubo alguien que contribuyó en mucho a hacer grata nuestra estancia en San Petersburgo: Serguiev, nuestro chófer, un verdadero encanto, personal y profesionalmente. Personas como él hacen el mundo bello y amable.
El tren a Moscú, el estrella roja, no es nada del otro jueves, aunque visto el transiberiano, es casi de lujo. Con tal de no volver al aeropuerto, cualquier transporte parecía bueno, yo conseguí dormir sin problemas, acostumbrándome a lo que luego vendría. Moscú es muy distinta a San Petersburgo, no sólo por ser la capital y por el tamaño, es menos elegante, aunque está mejor preparada para el turismo, más cuidada y también más cara (incluso con cierta ostentación de riqueza: en la pequeña calle en la que están Tiffany, Armani, … había unos 20 mercedes, con chófer y guardaespaldas). Si tuviese que elegir, me quedo con San Petersburgo, pero me gustó Moscú. La Plaza Roja es impresionante; las catedrales de San Salvador, los Doce Apóstoles, San Miguel, la Asunción, San Basilio; las numerosas torres; los palacios del Kremlin, la Campana Zarina; las calles de la ciudad antigua; la universidad; el parque de la Victoria; el teatro Bolshoi; el metro; el museo de Borodino; los almacenes GUM; los innumerables parques y el río Moskova; … podríamos haber estado muchos días más sin cansarnos de ver maravillas. Vimos de pasada un enorme mercado y nos dijeron que había otro mayor en el que es muy fácil perderse; la gente compra en estos mercados, las tiendas normales tienen precios inasequibles. Aunque la ciudad es muy grande, no da la impresión de que haya demasiada contaminación. No es fácil cruzar las calles, hay muy pocos pasos de cebra que no se respetan demasiado y los pasos subterráneos no tienen ascensor. Me impresionó la visita a Serguiev Posad, al monasterio de San Sergio y Santa Trinidad, sorprende la cantidad de gente, el resurgir religioso y la opción por «lo antiguo». Según nos explicó el novicio que nos enseñó el monasterio, la iglesia ortodoxa rusa se distancia de otras iglesias ortodoxas volviendo a dar prioridad a las tradiciones y al aspecto místico. A diferencia de las iglesias protestantes y de la católica, en la iglesia ortodoxa el pope es invisible en el templo cuando celebra los ritos. Para separar el presbiterio y el altar de los asistentes hay preciosas mamparas muy decoradas que llegan hasta el techo. La puerta (que es pequeña) sólo se entreabre para la lectura de la «Palabra» permitiendo la salida del pope entre nubes de incienso. Se veía pobreza y suciedad, en la gente y en los monjes; muy pocos turistas y muchos creyentes. El ambiente nada tenía que ver con el de nuestras romerías (incomparable con el Rocío), recordaba un poco más a Lourdes (sin camillas y enfermos). Es curioso, yo diría que hay mucha más indiferencia religiosa en España (donde todos los mayores de 30 años hemos sido educados en el catolicismo) que en Rusia (después de tres generaciones de educación laica). En Irkutsk, lo único que se estaba reconstruyendo eran iglesias (ortodoxas, protestantes o católicas) y hasta templos budistas (prácticamente destruidos en la época de Stalin). Fue también interesante la visita al museo del juguete, tenían auténticas preciosidades y disfrutamos como niños con los preciosos juegos de madera que compramos.
Lo del transiberiano merece capítulo aparte
Maria J. Asiain
Dpto. de Matemática e Informática
Universidad Publica de Navarra (España)
E-mail: asiain@unavarra.es
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